viernes, 18 de junio de 2010

El otro día me pareció ver que se suicidaba una hoja de papel sellado en una sucursal del Banco Nación.
Caía despacio pero decidida(mente), su bailecito hasta quedar colgando inmóvil fue un toque de cursi a decir verdad, pero duró poco.
Luego quedó inmóvil...y así estuvo durante todo el tiempo que yo estuve en la fila.
Colgaba sin vida de un cordoncito metálico y estaba frente a mí con toda la irrealidad de una proyección ortogonal.

Era simplemente una hoja suicida que no pretendía con su muerte aleccionar a nadie, ni salir en la tele.

La miré un rato largo, parpadeando lo mínimo, imaginaba su vida, manoseada y marcada a diario, (y varias veces al día), cicatrices de broches, sellos y bolígrafos baratos. Pensé en todas las hojas que me han dado en el banco y en la poca estima que les tuve hasta ahora.

Finalmente un esbirro la descolgó de lo que resultó ser un anacrónico sistema de transmisión interna de cadáveres entre el primer piso y la planta baja.

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